lunes, 6 de julio de 2009

MUCHO DICES, POCO HACES



LUCAS 10:25-37






Existen muchos dichos respecto a la diferencia entre nuestras palabras y nuestras acciones, algunos que puedo recordar: "A ver si como roncas duermes", "Perro que ladra no muerde", "Mucho ruido y pocas nueces" en fin, probablemente conozcan otros que olvidé mencionar. Sin embargo este no es un dicho que solo aplique en nuestra vida secular, es muy cierto también en el ámbito espiritual.






Jesús conoce los corazones de los hombres, y en una ocasión un intérprete de la ley (es decir un entendido de la ley de Moisés al punto de interpretarla en las sinagogas) se le acerca a Jesús y le pregunta qué debe hacer para heredar la vida eterna.






Jesús le pregunta qué pensaba él que era la respuesta, de acuerdo a la ley, a lo que el intérprete de la ley le respondió:







Lucas 10:27 Aquel, respondiendo, dijo:
--Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.






Después de esto vemos una pregunta clave no solo para la vida de aquel intérprete de la ley o para aquellos que estaban al rededor escuchando lo que Jesús predicaba, sino para mi propia vida y la de todo aquel que lee la parábola del buen samaritano, quizás más famosa de la Biblia, esta pregunta es: ¿Quién es mi prójimo?






En un principio yo me detenía en esta parte y pensaba que si yo estuviera ahí, probablemente le digo al intérprete: "Ah mi querido intérprete, conoces la ley en teoría pero te falta práctica al punto que no distingues quién es tu prójimo", que frase tan intelectual, pero al mismo tiempo vacía puesto que yo mismo me convierto en el intérprete de la ley cuando olvido con mis acciones, quién es mi prójimo. Por tanto yo estoy igual de necesitado que este intérprete no por saber, sino por entender ¿quién es mi prójimo?






Antes de continuar hay que aclarar un par de cosas que en los tiempos en que Jesús estuvo entre nosotros no era necesario aclarar. Son hechos importantes propios del contexto.


  1. El primero de ellos: Samaritano era todo aquel que provenía de la región de Samaria, que originalmente se formó de un grupo étnico mestizo entre judíos y asirios, es decir no eran descendencia completamente judía.

  2. Debido al mestizaje con los asirios, los judíos de la región de Judea siempre menospreciaron a los samaritanos y los tuvieron siempre por paganos (lo cual no era del todo falso). De manera que estas cosas causaron una especie de "Guerra fría" entre judíos y samaritanos, no se agradaban, no se podían ni ver, mucho menos hablarse.



En ese sentido Jesús habla de un hombre que partió de Jerusalén hacia Jericó, un camino de unos 25 km, sin embargo implicaba un descenso de casi 1000 m, puesto que la ciudad de Jerusalén estaba edificada sobre montes. Dicho camino compuesto por lugares desiertos se prestaba para los asaltantes, de manera que Jesús no estaba hablando de un fenómeno desconocido para aquellos que lo escuchaban, sino que hablaba de algo muy cotidiano.



Ruta Jerusalén-Jericó



Los oyentes de aquella parábola casi darían por hecho que el hombre que fue asaltado en el v.30 era judío. Pero aquí es donde vienen las lecciones más importantes a mi vida, y el Señor me dice: "Para, revisa el camino". Dice Cristo, que cuando el hombre quedó maltrecho en el camino, pasó alguien que pudo haber cambiado la situación en aquel momento para el hombre asaltado.


Lucas 10:31 Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y al verlo pasó de largo.





Pensemos un poco nada más, un sacerdote para el pueblo judío era una herramienta del Señor para interceder por toda la nación, era la máxima autoridad religiosa (el Sumo Sacerdote), formaban parte del congreso del sanedrín, que era quienes velaban por el cumplimiento de la ley en el pueblo, en fin un "hombre de Dios muy espiritual", que al verlo pasó de largo. No era que ese espíritu intercesor que tenía aquel sacerdote le decía "vete, vete, no lo veas para que no te vea", no, para nada. Quienes hemos recibido a Cristo en nuestros corazones tenemos el Espíritu Santo pero a veces nos preocupamos más por nosotros mismos que no somos sensibles a esa voz que nos dice "ayudale, tenes el recurso ayudale" y simplemente pasamos de largo al ver a los demás muriendo o perdiéndose en los afanes de la vida, pero llegamos a la iglesia el domingo con talla de sacerdote pensando que llevamos una vida muy espiritual. Nada más alejado de la realidad.




Lucas 10:32 Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, al verlo pasó de largo.



Yo creo que cuando Jesús dijo un levita, de entre los presentes muchos pensaron para sí mismos: "Ah un levita, un hombre dedicado a SERVIR en la casa de Dios, ese ayudó a aquel pobre hombre", pero el levita hizo exactamente lo que el sacerdote, al verlo, pasó de largo. Ya hablamos que el sacerdote representa a quienes piensan que están en un nivel espiritual tan alto que ya no alcanzan a ayudar a los de más abajo. Pero el levita, un siervo de la casa de Dios refleja la vida de aquellos que en el templo sirven frente a todos, pero que fuera de él son incapaces de servir, viven una vida de pura apariencia religiosa, me pongo a pensar a veces que si el levita y el sacerdote hubieran ido juntos, el levita hubiera intentado ayudar para que el sacerdote le viera. Pero cuan triste es el servicio de estos que muestran voluntad ante los hombres pero se esconden de la voluntad de Dios, porque su servicio es vano completamente.



Lucas 10:33 Pero un samaritano que iba de camino, vino cerca de él y, al verlo, fue movido a misericordia.


Finalmente un samaritano (tenido por impío, pecador, pagano por los judíos) no vio a un judío tirado, ni a un hombre, se vio a si mismo, tirado, golpeado y semi muerto y se amó a si mismo y se curó a sí mismo y se levantó a sí mismo y se ayudó a sí mismo, porque aquel samaritano (malo según los judíos) amó a aquel judío como a sí mismo, al punto que gastó dos días de salario obrero (dos denarios v.35) por alguien que ni él, ni el sacerdote ni el levita conocían, pero que él si amó. El samaritano lo dejó en el mesón con promesa de volver a pagarle al mesonero cualquier gasto en el que se incurriera por la curación de aquel hombre.



La parábola termina ahí, nunca se supo si volvió a pagarle al mesonero, si el judío conoció al samaritano o si le dió las gracias alguna vez, porque no era lo que Jesús quería demostrar, ni el samaritano tampoco, pero aquel intérprete de la ley quedó tan impactado con la parábola que cuando Jesús le pregunta quién fue el prójimo de aquel que fue asaltado, su judaísmo interior le prohibió decir "el samaritano" aunque no pudo negar la respuesta obvia:



Lucas 10:37 Él dijo:
--El que usó de misericordia con él...


La verdad los tres personajes eran el prójimo de aquel pobre hombre, pero solo uno de ellos, aquel que tuvo la sensibilidad de escuchar al Espíritu Santo, aquel que quizo obedecer el mandamiento de amar a tu prójimo como a mismo, solo ese comprendió el verdadero significado de quién es el prójimo.


Ahora nosotros también conocemos quien es nuestro prójimo, no, no es el que nos ayuda, es todo aquel ser humano que conmigo coexiste. A ese debo amar tanto como yo me amo, a ese debo amar lo suficiente como para evitar que se vaya al infierno y hablarle de Jesucristo. Ahora vamos y hagamos lo mismo que el samaritano como nos manda Cristo.



Dios les bendiga.


René Hernández.





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